Edwards, Jorge, La Segunda.
Viernes 28 de Junio de 2013
El voto de los jóvenes
La rebelión de los jóvenes crece
en Brasil, en Turquía, en sectores de la China, y llega hasta las costas
chilenas. El voto de los jóvenes podría cambiar todas las situaciones
aparentemente fijas, cristalizadas, encuestadas. Es la gran incógnita, la gran
posibilidad de cambios auténticos en las sociedades actuales. Observo el
fenómeno y me acuerdo de un diálogo entre Fidel Castro y Jean-Paul Sartre, en
los primeros años de la revolución cubana. Fidel Castro, durante una
manifestación multitudinaria en la Plaza de la Revolución, le dice al escritor
francés que le daría al pueblo, el que canta sus consignas frente a la tribuna
donde están ellos, todo lo que le pidan.
“¿Y si le piden la Luna?”,
pregunta Sartre.
“Les daría la Luna”, contesta,
impertérrito, el Comandante en Jefe.
Los jóvenes tienden, en todas
partes, a pedir la Luna, y obtienen respuestas diferentes. Ahora bien, a pesar
del lado utópico del tema, tienen razones que no se pueden excluir de una sola
plumada, que conviene atender. Su presencia en la política de hoy es un enigma
y un desafío que no podemos desdeñar, que exige lucidez y a la vez imaginación.
Es posible que la diferencia entre los políticos normales y los verdaderos
hombres de Estado ande cerca de estos dilemas, de algunas preguntas esenciales
y de sus difíciles respuestas.
Los jóvenes rebeldes de Turquía,
los que se reunían en un parque de Estambul, en las cercanías de un puente que
une a Europa con el Asia, o que los separa, protestaban en un comienzo por un
tema de urbanismo, por la defensa de un espacio verde. A poco andar, la
protesta adquiría un dinamismo autónomo y llegaba mucho más lejos. Había
pancartas con el retrato de Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna.
El conflicto era, y sigue siendo, de una complejidad extraordinaria. Ataturk,
el creador de un Estado moderno, secularizado, defensor de los derechos de las
mujeres al estudio, al trabajo, se convertía en símbolo juvenil, frente a un
gobernante de inclinaciones autoritarias y que favorece un regreso lento del
islamismo. ¿Era posible que protestaran en contra del presente, a favor de un
pasado más abierto, más libre, de fuerzas creadoras mayores? He viajado a
Turquía en años recientes, he estudiado la figura extraordinaria de Kemal
Ataturk, le he seguido la pista, para decirlo de alguna manera, y las fotos de
los jóvenes que se manifestaban a favor del parque simbólico me han parecido
extraordinarias: lucha a favor de la enseñanza libre, de los derechos
femeninos, de la naturaleza, de la cultura. No podemos dar la Luna, pero
tampoco podemos impedir su contemplación nocturna, gratuita, liberada de
amarras mentales provenientes del pasado.
El levantamiento del Brasil, otra
gran nación emergente, fue provocado por un ligero aumento en las tarifas del
transporte. Conozco el Sao Paulo de estos días y sé lo que significa
trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, desde las
poblaciones de la periferia hasta los barrios comerciales, universitarios. Pero
la rebelión de los jóvenes tuvo un crecimiento inmediato, contagioso. Llegó más
lejos en cuestión de horas. Los jóvenes turcos comenzaron por defender algunos
árboles y en pocos días pusieron en cuestión la política general del Gobierno.
La rebelión de los estudiantes paulistas se extendió por el enorme territorio
brasileño con una rapidez asombrosa: puso en cuestión la inversión desorbitada
en los próximos campeonatos deportivos, el exhibicionismo oficial, la
corrupción. ¿Por qué invertir en la construcción y reconstrucción de estadios
en desmedro de la educación, de los hospitales, de la seguridad pública? Los
jóvenes del país del fútbol no aceptan que lo sea en forma exclusiva,
carnavalesca, desproporcionada. El país del fútbol y del carnaval siempre ha
querido ser más que eso. La crítica tradicional de los poetas, de los
intelectuales, la de los protagonistas de la Semana de Arte Moderna de la
década de los veinte en la misma ciudad de Sao Paulo, confluye ahora y se
encauza en la de los estudiantes de estos días. Los jóvenes se asombran de que
el gobierno de Dilma Rousseff conozca tan poco sus problemas concretos, de
todos los días, y de que sea tan tolerante con la corrupción. Romário de Souza
Faria, diputado de la mayoría y ex jugador de la selección internacional de
fútbol, critica los preparativos del campeonato del mundo, un megaevento que no
resuelve todos los problemas del país, que “corre el riesgo de agravarlos”.
Son rebeliones juveniles que
despiertan cuestiones de fondo, que plantean las preguntas más serias. Me
pregunto qué pasa en Chile, por qué esa tendencia casi imparable, ¿ese nuevo
romanticismo?, de los encapuchados, de las tomas, de las barricadas. Todos
estamos de acuerdo en que la violencia es peligrosa, negativa, destructiva. La
destrucción de un establecimiento educacional por algunos estudiantes es como
la destrucción de instrumentos de trabajo por los obreros. Es un disparate
esencial. Y, sin embargo, hay que conocer las razones de fondo, hay que
desmontarlas, des-construirlas (para emplear un término de filósofos
franceses). La idea de crear una educación igualitaria y gratuita me parece
impresionante en apariencia, pero un tanto superficial, irreflexiva. Es como la
frase del Comandante Castro al autor de El muro. Si hay que bajar niveles de
algunos establecimientos de calidad superior, igualar por lo bajo, me opongo de
manera terminante. Nunca, por ningún motivo, podremos aceptar que se rebajen
niveles de excelencia en nombre de una igualdad futura. Los núcleos de calidad
excepcional son contagiosos, desde los años clásicos de la cultura griega, y el
problema de una sociedad seria consiste en elevar los demás niveles en toda la
medida de lo posible.
¿Votarán, entonces, en las
votaciones decisivas que se acercan, los centenares de miles de jóvenes
chilenos que tienen derecho a voto y que se mantienen tercamente alejados de
las urnas electorales? Para mí, la situación es enigmática. Los políticos
maduros tienen razón en exigir que las medidas nuevas estén financiadas,
dominadas por el sentido de lo posible. Pero deben entender, también, que no todo
se reduce a una cuestión de números: que la imaginación es una necesidad, que
el vuelo de las ideas, que los discursos convincentes, en lugar de los
silencios oportunistas, son obligatorios.
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