"Al
tomar conciencia de que nos vamos creando según los mensajes que nos vamos
formulando, de algún modo podemos transformarlos", señala nuestra
columnista Rosario Covarrubias.
Cada
vez es más común escuchar personas que te dicen: “piensa positivo”, o tienes
que decirte “mensajes que te den ánimo” porque uno atrae las cosas buenas o
malas, según la energía que ponga en ellas.
Me
parece interesante analizar estas frases desde la perspectiva constructivista
que hay detrás, más allá de la energía que pueda haber en ellas.
A
lo largo de la vida vamos construyendo
nuestra propia forma de ser, a través de
los adjetivos con los que continuamente
nos pensamos a nosotros mismos. “Soy mal genio”, “soy simpático(a)”, “soy poco
tolerante”, “no tengo paciencia”, “soy muy ordenado(a)”, “soy impulsivo(a),
“soy sociable” “soy…”
Todas
estas descripciones son construcciones que hacemos de nosotros mismos y también
de la gente que nos rodea.
Si
yo pienso, por ejemplo, que soy una persona insegura, en el transcurso del día
iré registrando aquella información que es congruente con mi afirmación. Si por
el contrario, me veo como una persona valiente que enfrenta con confianza los
desafíos que se le van presentando, estaré atenta a la información que me
refuerza esta apreciación de mí misma.
Al
tomar conciencia de que nos vamos creando según los mensajes que nos vamos
formulando, de algún modo podemos transformarlos. Ello, si nos damos cuenta de
que la forma como nos calificamos a nosotros mismos, encasillándonos en
adjetivos que nos limitan, podemos cambiarla. Una manera de comenzar es dejar
de lado ese concepto y buscar mirarnos desde la “vereda opuesta”.
Por
ejemplo, si me he autocalificado como impaciente y es una característica que
quiero cambiar, más que seguir diciendo “soy impaciente”, puedo probar decirme
“me estoy transformando en alguien paciente” y, en paralelo, buscar prestar
atención a todas aquellas señales que confirmen esta nueva mirada.
Se
ha masificado la concepción de la importancia que tiene la infancia,
especialmente las primeras relaciones del niño en el desarrollo de la
personalidad del adulto, lo que sin duda es cierto. Sin embargo, no quiere
decir que seamos esclavos de nuestro pasado. El tomar conciencia de cómo nos
vemos hoy y los mensajes que en el presente nos entregamos, son claves para generar los cambios que queramos lograr
en nosotros mismos.
La
personalidad la podemos entender como una forma de ser y de enfrentar
diferentes situaciones que se mantiene a lo largo del tiempo.
Se
ha concluido que ésta es el resultado de dos elementos: por una parte el
temperamento, que es la disposición
genética de los aspectos de la personalidad; y el carácter, que son aquellos
aspectos de la personalidad dados a partir de la estimulación ambiental.
Ahora,
si bien las bases de la personalidad se forman en la infancia y no es fácil
transformarla, las experiencias que tenemos cuando somos adultos y las
decisiones con sus correspondientes consecuencias, van también dejando una
huella en nuestra forma de ser.
Al mismo tiempo comprender la direccionalidad
de nuestros pensamientos y la influencia
de las acciones presentes es un camino que nos ayuda a liberarnos y, poco a
poco, ir construyendo la persona que queremos ser.
Por Rosario
Covarrubias M. Covarrubias.ro@gmail.com
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