La cultura organizacional en la escuela
No existe un concepto único de calidad educativa ni tampoco una sola estrategia para alcanzarla. La educación es un ámbito que conjuga muchos aspectos, y ello depende del contexto, del momento histórico y del particular punto de vista de las familias y de los actores del sistema educativo. Por otra parte, la visibilidad de los resultados de las evaluaciones nacionales realizadas a través del Sistema de Medición de Calidad Educacional (SIMCE), demuestran la importancia que progresivamente se le da al aprendizaje como centro del quehacer escolar, y lo positivo que es cuando un establecimiento logra avanzar en sus objetivos y expectativas respecto a este propósito. Por otra parte, gran frustración se experimenta cuando los múltiples esfuerzos realizados no se relacionan con un impacto en estos resultados. Esto provoca una tensión entre la natural diversidad de sentidos y propuestas de cómo hacer las cosas en educación y la legítima aspiración por lograr resultados estandarizados en el sistema escolar.
Los aspectos involucrados en el logro de altos estándares educativos son muchos. Los más investigados pueden agruparse en cuatro grandes categorías: la situación social de la familia; la gestión directiva; las prácticas pedagógicas de los profesores en el aula y, por último, la motivación y trayectoria educativa de los propios estudiantes.
Pese a la importancia de cada uno de estos factores, las investigaciones demuestran que los aprendizajes dependen básicamente de la calidad de la educación recibida en las escuelas. En efecto, los talentos y capacidades están presentes en todos los sectores sociales. Por ello, son las oportunidades y situaciones educativas y las situaciones pedagógicas las que favorecen el desarrollo y aprendizaje de los estudiantes. Desde esta perspectiva, la formación y práctica pedagógica de los profesores y la calidad de su equipo directivo son claves para la efectividad de las escuelas y el logro de mejores aprendizajes.
Sin embargo, no basta con contar con directivos y profesores bien preparados y expertos en sus oficios. Se requiere, además, de capacidades sociales que favorezcan la cooperación y la coordinación interior de la escuela como organización. Para que exista una escuela eficaz, tanto profesores como directivos deben tener valores, reglas y sentidos compartidos que orienten sus acciones e interacciones hacia un fin común. De lo contrario, predominarán los conflictos y los intereses individuales y se afectará la cohesión y sentimiento de equipo de docentes y directivos. Es como una orquesta con muy buenos músicos, pero desafinada. Este es el valor estratégico de la dimensión cultural de la escuela, y su grado de cohesión es sin duda una capacidad central para alcanzar los propósitos educativos.
Existen muchas definiciones de cultura y de su aplicación al campo organizacional. Por lo general se la define como un sistema de valores, ideas, conocimientos y principios de acción que permiten a los sujetos interpretar y dar sentido a sus prácticas e interacciones en un contexto social determinado. Este sistema es producto de la historia compartida y de las complejas cadenas de interacciones que tienen lugar en la organización (Weick, 1995).
Una de las dimensiones de la cultura organizacional son las representaciones o conocimientos compartidos y que dan sentido y facilitan la coordinación de las acciones en el contexto organizacional. Las representaciones permiten clasificar, distinguir, ordenar y jerarquizar el significado atribuido a la diversidad de situaciones, problemas y eventos que forman parte de las vida cotidiana de la organización. Constituyen así un sistema de referencia que vuelve lógico y coherente el mundo, organizando las explicaciones sobre los hechos y las relaciones que existen entre ellos. Este sistema coherente genera beneficios en términos de coordinación, disminuye los esfuerzos de control y favorece la cohesión institucional.
Diversos estudios demuestran que son más eficaces las escuelas en las cuales existe una buena relación entre profesor y alumno y hay orden y claridad sobre hacia dónde se dirige el establecimiento. Por otra parte, las investigaciones han documentado la importancia que asume el liderazgo y conducción del director en los cambios que promueven mejor calidad. En efecto, se ha comprobado que son más eficaces las escuelas donde los directores organizan espacios de reflexión; establecen relaciones positivas con sus profesores; promueven la participación en las decisiones académicas e intercambios de experiencias, e involucran a directivos y profesores en el mejoramiento de la pedagogía y de la calidad de los resultados.
En síntesis, cultivar la cultura organizacional es una responsabilidad directiva y una acción estratégica para la sustentabilidad y calidad educativa.
(Sergio Martinic, Profesor de la Facultad de Educaciñon UC).
(Sergio Martinic, Profesor de la Facultad de Educaciñon UC).
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